Dreambeach 2025: de faro de la electrónica nacional a festival a la deriva
Durante más de una década, Dreambeach fue sinónimo de grandeza dentro del panorama electrónico español. Su nombre evocaba imágenes de escenarios monumentales, carteles de talla mundial y ese sabor a madrugada junto al mar de Almería que tantas historias generó para decenas de miles de aficionados. Sin embargo, en su undécima edición, celebrada del 7 al 10 de agosto en Retamar – El Toyo, el festival parece navegar sin rumbo. Las señales de alarma llevan tiempo encendidas, y este 2025 ha sido, para muchos, la constatación de que el barco se tambalea.
Un cambio de ubicación… que no ha servido de salvavidas
El traslado de Villaricos a Retamar – El Toyo, iniciado en 2024, se presentó como un lavado de cara. Mejor conexión, más fácil acceso, más comodidad. Sobre el papel, todo apuntaba a un paso adelante. Pero en la práctica, esa mudanza no ha sido suficiente para detener la sensación de declive. Aunque el entorno ofrecía facilidades logísticas, este año volvió a repetirse la sensación de que Dreambeach ya no es aquel gigante que deslumbraba al público europeo.
El festival de 2025 llegó con un cartel tan variado como ambicioso: Will Smith, Sub Focus, Indira Paganotto, Dimension, Space Laces, Amelie Lens, Andres Campos, Subtronics, Steve Aoki, Marco Carola, Deekline & Wizard, Karpin, Moseh Naïm, Pastis & Buenri, Nicky Romero, Kanine y Fantasm, entre decenas de nombres. Una propuesta que abarcaba del techno al hardstyle, del drum & bass al breakbeat más puro, con guiños al mainstream y a la nostalgia rave.
Pero desde el arranque, las nubes negras se cernieron sobre el evento.
Los aciertos que aún sostienen el sueño
No todo fue decepción. Este 2025 dejó también actuaciones memorables. Steve Angello, Space Laces, Brennan Heart pres. Blademasterz, Artcore y Sub Focus regalaron momentos de altísimo nivel. Sets sólidos, entregados y con la energía que se espera de un gran festival.
Asimismo, la implementación de césped artificial en amplias zonas del recinto mejoró sensiblemente la experiencia, sobre todo para aquellos que pasaban horas bailando bajo el sol andaluz.
Mención aparte merece el breakbeat, que volvió a brillar en el Open Air. En Andalucía, este género sigue siendo un motor de pasión. Los artistas especializados en él consiguieron hacer vibrar al público local con sets que olían a tradición rave, a zapatillas gastadas y a polvo levantado bajo luces estroboscópicas.
Cancelaciones de última hora: el eterno enemigo
Como si no bastaran las bajas previas, ya en pleno desarrollo del festival se sumaron las ausencias por problemas de salud de Seth Troxler y HOL!. Dos caídas de peso que recordaron lo frágil que puede ser una programación tan densa.
En otros tiempos, Dreambeach compensaba rápidamente estas ausencias con sorpresas o reestructuración de horarios. Este año, las cancelaciones se percibieron como otro síntoma de un engranaje que no gira con la misma eficiencia que antes.
Will Smith: la gran apuesta que no salió
Entre las decisiones más comentadas estuvo la contratación de Will Smith. Sí, el actor y rapero de Hollywood en un festival de música electrónica. La jugada era clara: generar titulares, atraer un perfil de público distinto y diferenciarse.
Sin embargo, la realidad fue otra. El set de Smith no logró llenar ni siquiera el Mainstage —y eso que éste había sido reducido— ni vendió las entradas que se esperaban. La sensación fue que, por más icónica que sea su figura en la cultura pop, la conexión con el público electrónico no terminó de cuajar.
Las primeras grietas: cancelaciones y silencio en redes
El primer golpe llegó incluso antes de que el público pisara el recinto: la cancelación de Subtronics, una de las actuaciones de bass music más esperadas, un plato fuerte que generaba expectación entre la comunidad más underground. A ello se sumó la caída de Nicky Romero y del escenario 360º, la gran innovación visual anunciada para esta edición.
Fue un triple jarro de agua fría que el festival intentó gestionar cerrando por completo los comentarios en redes sociales, una decisión que pocos entendieron. El silencio digital no hizo más que alimentar la frustración y el debate en foros y grupos privados, donde los “dreamers” expresaban su decepción de forma masiva.
Del boom a la deriva: cómo se perdió la esencia
Quien vivió Dreambeach en sus ediciones 2016, 2017, 2018 y 2019 recuerda un momento dorado: carteles casi perfectos, producción deslumbrante, una atmósfera cuidada al milímetro. Eran años en los que el festival podía mirar de tú a tú a gigantes europeos como Creamfields en el terreno de la producción visual.
Pero la estrategia del último lustro, intentando incorporar géneros urbanos para atraer a un público más variado, ha diluido esa identidad electrónica pura que lo caracterizaba. Hubo aciertos, sí, pero también un riesgo: perder a la base de fans que viaja a un festival por su alma rave, por el techno, el drum & bass, el hard y el trance.
Este 2025, con el recinto visiblemente reducido respecto a años anteriores, ese temor se materializó. El Mainstage y la carpa perdieron tamaño y espectacularidad. Solo el Open Air consiguió mantener cierta dignidad estructural, y gracias a un sonido que, justo es decirlo, fue impecable tanto ahí como en la carpa. La calidad acústica, junto con la música en sí, sigue siendo uno de los bastiones de Dreambeach.
Escenarios prometidos vs. realidad
Uno de los momentos más comentados entre los asistentes fue la diferencia entre el render promocional lanzado meses atrás y lo que finalmente se montó. Lo que se había vendido como un despliegue exuberante se quedó corto en la práctica, contribuyendo a la sensación general de “versión reducida” del festival.
El público llevaba años acostumbrado a escenarios que eran auténticas catedrales electrónicas. Este año, en cambio, la decoración y la escenografía reforzaron la impresión de que el festival atraviesa un momento de repliegue.
El caso más sangrante fue el del escenario 360º. Anunciado como un concepto rompedor, capaz de ofrecer una experiencia inmersiva muy distinta a la habitual, desapareció del mapa pocos días antes, sin explicación detallada. En una era en la que la experiencia visual es tan importante como el lineup, perder esa baza fue un golpe a la moral colectiva.
Precios accesibles, producción limitada
Un elemento que hay que reconocer es que Dreambeach nunca ha tenido precios prohibitivos en comparación con otros macrofestivales europeos. Esa accesibilidad ha sido una de sus cartas ganadoras. Sin embargo, el público también empieza a notar que la producción guarda relación directa con ese precio. El riesgo de esta ecuación es que, en un mundo donde se busca la experiencia “de impacto” y los festivales compiten también en espectacularidad, las comparaciones con propuestas más ambiciosas se vuelven inevitables.
¿Qué le depara el futuro?
A Dreambeach aún le quedan varios años de contrato en Retamar – El Toyo, pero las últimas ediciones han dejado dudas serias sobre su capacidad de remontar. La base fiel de asistentes confía en un giro que devuelva al evento su identidad, ese ADN electrónico que lo convirtió en referente. Sin embargo, parte del público más joven parece mirar hacia otros festivales, tanto nacionales como internacionales, que están pisando fuerte con propuestas frescas y visualmente apabullantes.
En 2025, la sensación general fue la de un festival que sobrevive gracias a su nombre, pero que necesita urgentemente un golpe de timón. Urge repensar su estrategia: apostar de nuevo por la excelencia en la producción, recuperar el protagonismo de la electrónica más pura y estabilizar la programación para evitar el fantasma de las cancelaciones.
Una llama que aún no se apaga
Pese a todo, Dreambeach sigue teniendo algo que ni el marketing ni las inversiones pueden crear de cero: una comunidad. Los dreamers son incondicionales. Viajan desde diferentes puntos de España cada verano, montan campamentos improvisados, comparten amaneceres bailando y convierten cualquier carencia en anécdota. Esa energía colectiva es la que podría salvar al festival si la organización sabe volver a enamorarlos.
Pero el tiempo corre. En una industria cada vez más competitiva, mantener la relevancia exige no solo traer grandes nombres, sino ofrecer una experiencia global que deje huella. Dreambeach lo ha sabido hacer antes. La pregunta es: ¿podrá hacerlo de nuevo… antes de que el barco se hunda?
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